“El Santiaguero es un septeto joven que tiene mucho futuro. Esos muchachos, si trabajan, pueden llegar lejos.”
Con este aval de Pancho Cobas, y siguiendo su consejo, me fui al concierto de los cubanos. En Suristán, si no me falla la memoria.
Unos españoles, que los habían conocido en Santiago de Cuba, enamorados de su música, se los habían traído a la península, convencidos de encontrar alguna discográfica que apostara por ellos.
¡Qué razón tenía el jefe de la Vieja Trova Santiaguera!
Mientras que con los viejitos debía rebuscar en el repertorio clásico de los soneros los temas menos trillados para sus discos, en el Septeto Santiaguero encontré la capacidad creadora. Sacaron a la luz a jóvenes autores que aportaron savia nueva al son y, ellos mismos, Chencho, Fernando y Rudens, se involucraron en la composición de sones, guarachas y boleros, de los que han dado buena cuenta.
Yo he dejado siempre plena libertad a los artistas y grupos que han confiado su talento a Nubenegra. A lo más que me he atrevido es a lanzar alguna sugerencia a modo de reto sobre hipotéticas canciones. Lo que en el caso del Septeto nos llevó a uno de los momentos más divertidos que recuerdo en situaciones similares.
En la primera mitad del siglo XX, cuando una canción triunfaba en Cuba era factible que otro compositor contraatacara con una contestación a dicha canción. El más notable entre los respondedores fue Manuel Corona que de tanto contestar canciones de sus contemporáneos llegó a contestarse a sí mismo.
Mi propuesta consistía en hacer lo propio con alguna guaracha antigua. Como a mí y a ellos nos van los dobles sentidos -cuanto más picarones, mejor- les planteé la posibilidad de contestar a dos guarachas de Bimbi y su Trío Oriental: “Mi espadita” y “Echa la leche en el cubo”.
Bimbi, cuyo verdadero nombre era Maximiliano Sánchez, montó su trío con otros dos santiagueros a mediados de los años 30, y muy pronto estaba grabando para una compañía estadounidense este par de guarachas.
A medida que avanzaba la audición de “La espadita” con todo el grupo atento a la letra, por la cara y gestos de los tres cantantes del Septeto Santiaguero intuí que nadie estaba dispuesto a cantar:
Yo con mi espada chiquita
me defiendo, mi vidita.
Una mujer me retó
para sostener un duelo
y como que lo perdió
quiso tirarse en el suelo.
Seguro que no hice nada
fuera de lo natural
sólo le di una estocada
en un asalto formal.
Pero, yo con mi espada chiquita
me defiendo, mi vidita.
Yo la saqué del engaño
y demostré con mi espada
que en nada importa el tamaño
si la hoja está templada.
Ella formó un revolico
y me empezó a provocar
me dijo era muy chico
mi sable para pelear.
Pero, yo con mi espada chiquita
me defiendo, mi vidita.
Ella salió del error.
Me dio toda la razón
y dijo ¡Jesús, qué horror,
que sable más retozón!
Eso no tiene importancia
yo me batí por honor
defendí con arrogancia
mi prestigio y mi valor.
Porque, yo con mi espada chiquita
me defiendo, mi vidita.
“¡Espadones, Manuel, espadones!” gritaron al unísono los cantantes muy serios, mientras que el resto del septeto se partía de risa.
Sin embargo Rudens sí emprendió el reto de echar la leche en el cubo.
La letra original decía:
El lechero Emilio tuvo
un muchacho de ayudante
y le decía: “bergante,
echa la leche en el cubo”
Y el muchacho se esforzaba
y no encontraba manera
pues, aunque él no lo quisiera,
siempre se le derramaba.
Y llorando se quejaba:
“siempre se me bota afuera.”
Echa la leche en el cubo
y no la botes pa’ afuera.
Un día por la mañana
él se puso a sollozar
pues tenía que ordeñar
la vaca gorda de Juana…
Rudens, lo tenía muy claro y fue rotundo en su contestación:
“El ayudante del lechero”
El lechero Emilio tuvo
un muchacho de ayudante
y lo despidió al instante
no se la echaba en el cubo.
Echaba un chorro en el cubo
otro se le derramaba
y por eso Emilio tuvo que
buscar quien lo relevara.
Emilio a mí me pidió
de favor que lo ayudara
él sabe que soy experto
que a mí no se me derrama.
La última vez que ordeñé
la vaca gorda de Juana
llené cincuenta botellas
también una palangana.
Yo no echo la leche fuera
yo echo la leche en el cubo.
Magistral, Rudens Matos. Hasta el punto que, al estrenarla en el Teatro Jacinto Benavente de Galapar, el 3 de junio de 2001, la vaca gorda de Juana se presentó en el escenario y se echó un bailecito en honor al “Chiquitín”.